MAITINES

"Aurora, me esperabas.
Con la primera pluma
de mi conciencia alerta has dado vuelo
al pájaro del día.
Qué fácil, suavemente
han rozado los aires
las alas de la luz y se satura
el cielo de azafranes"
[...]
Vicente Gallego




Vicente Gallego
"Si temieras morir"
Por Jesús Barrajón

Barcelona, Tusquets, 2008


Dos partes: Antes y Ahora
Experiencia iluminadora de carácter religioso
Desde que en 1996 publicara La plata de los días, Vicente Gallego nos hizo saber que no es un poeta propenso a acomodarse en unos determinados esquemas líricos por más que estos pudieran asegurarle el éxito que, quizá, el riesgo de aventurarse por otros derroteros no le prometían de manera tan evidente. Habían quedado atrás libros notables como Santuario (1986), La, luz, de otra manera (1988) y Los ojos del extraño (1990). Un mundo personal y poético -más autorreflexivo, más contemplativo- se abría a los ojos del lector en La plata de los díasSanta deriva (1996), respecto del cual (2002) y Cantar de ciego (2005) supusieron una culminación, a la vez que el nacimiento de un tono hímnico y celebratorio que contrastaba con el acusado pesimismo de la reflexión existencial contenida en algunos poemas. Que los referentes personales de los que nacían estos dos últimos libros divergían notablemente del de los libros anteriores, se observaba en el surgimiento de una espiritualidad que se había mantenido anteriormente si no ausente, sí agazapada. La publicación en 2008 de Si temierais morir confirma esa dirección de los dos últimos libros, pero envuelta ahora esa espiritualidad en unos referentes y en un lenguaje poético que divergen casi por completo del Gallego anterior, en una demostración evidente de esa tendencia suya por transitar nuevos caminos y hallar nuevos modos expresivos capaces de contener los referentes de una reflexión personal que en este caso lo aproxima a la mística. En ese sentido, es un libro valiente y arriesgado que demuestra la exigencia poética y personal del poeta.
En sus dos partes, Antes y Ahora, el libro da cuenta de un proceso de conversión y de la unión de carácter místico al que tras aquél se accede. Los poemas de la primera parte nos sitúan en un espacio en el que el yo expresa, desde el conocimiento de un mundo ya entrevisto pero no alcanzado, la necesidad de adentrarse en una diferente realidad, la que se esconde tras la comprendida únicamente por la vía de la razón. En el poema Cabeza, leemos: "Tú no escuchas, no sabes./ Deja al alma que oiga./ Deja que ella me sepa" (p. 48). El hablante vive en el sinsentido de lo aparente ("Me he mirado despacio/ y no me encuentro", p. 31) y en la incertidumbre de la extrañeza (¿"Es que a nadie le extraña/ lo que sucede aquí?", p. 25). De ese sentimiento doloroso de quien vive la lejanía de su propio ser, surge la voz que muestra el camino que borra esa distancia: ""Es preciso morir,/ es preciso callar/ para que hable/ el agua de la fuente" (p. 42). Aunque sea excesivamente simplificador, esta primera parte podría entenderse como resultado de la vía purgativa de los místicos, aquélla en la que él alma comprende desde el dolor la necesidad de su muerte.


Los poemas de Ahora nos llevan a la unión y la iluminación, en las que el yo se sitúa y desde las que se dirige al lector para mostrarle el sendero que hasta ellas conduce. El territorio conquistado, el de la inocencia y la pureza nacidas de la comunión con el Amado ("pues todo por la mano del Amado/ en justeza servido/ lo ve y en armonía", p. 72), ha sido ganado por "quien abre el corazón y lo hace oídos" (p. 80), por quien "así se levanta de este mundo" (p. 118). El poeta lo expresa bellamente en el verso que da título al libro: "Si temierais morir, abrid los ojos" (p. 115). La contingencia del ser y la conciencia de su propia muerte adquieren otro significado: el ser vive más allá de este tiempo y más allá del dolor y más allá de sí mismo cuando habita lo que en el poema Por saber el poeta llama "la vera vida" (p. 63). Sólo una cosa lo incomoda en la luz que lo acompaña, y no es otra que la dificultad para expresar esa experiencia en esencia incomunicable: "Por más que se procure, ¿cómo puede/ el claro de la luna ser contado/ al que no se sentó bajo su auspicio" (p. 94); "¿A quién daré noticia de este bien/ si uno solo comprende y es el vivo" (p. 110). Pero, aún así, habla, pues también su voz es otra y es otro quien se expresa y está llamado a abolir las distancias: "Esta voz ya no es mía [...] Ni escribe quien parece/ ni es reciente esta nueva,/ pues venimos los dos, ella conmigo,/ en boca de los cuerdos desde lejos/ a abolir las distancias" (p.9)


No es seguro que ese logro haya sido ganado en Si temierais morir. La comunicación de una experiencia iluminadora de carácter religioso no parece sencilla. Quienes lo han intentado en nuestro tiempo se han visto seducidos con frecuencia por la tradición del lenguaje místico que tantas veces resulta impostado y que, salvo raras ocasiones, transmite únicamente la impresión de la manipulación literaria con los modos y los tonos del lenguaje místico. El empeño de Vicente Gallego en ese sentido es notable, pero también la sensación de que no ha logrado despegar del todo del juego de oxímoros y paradojas, de la habitual imaginería mística, de las usuales metáforas que con pleno sentido y de forma admirable logró un día convertir en poema San Juan de la Cruz. De vez en cuando nos sorprende hallazgos (el poema Amores submarinos podría ser destacado), pero es más frecuente -a pesar del esfuerzo del poeta- que los versos lleguen a nuestros oídos y nuestros ojos como si fueran reflejo de la mística española del XVI, tanto en verso como en sus habituales paráfrasis en prosa, del tono admonitorio y hermético de algunos fragmentos del Evangelio, de juegos conceptuales del barroco español como el de la metáfora del mundo como teatro, como sucede en Un segundo después (p. 83). Hay en los poemas de Si temierais morir algo así como un corsé de tradición que le resta frescura al verso y que no le deja conquistar, salvo eventuales iluminaciones, una voz que poder compartir. No le resta al poemario altura poética -la tiene, sin duda- ni capacidad para transmitir la verdad del proceso del yo en la consecución del sentido del mundo. No le resta -al contrario, se la presta- valentía, la necesaria para atreverse a nombrar lo inefable. No es un libro realmente conseguido, pero quizá contenga el germen de lo que algún día será la expresión poética de la experiencia mística con un lenguaje que, como habitantes de este mundo y de este tiempo, podamos comprtir.

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