La adoración de la Luna, María Zambrano

"No se detiene la influencia de la luna en el reino de las aguas, se enseñorea de los bosques y tiene un cielo suyo.

Crea la luna un mar propio con su sola aparición y más todavía, si no se enalza sobre la urbe. Sobre su reino -el bos-que- se derrama en libertad, es Ella, ella la sola, la perdida, escapada de la casa del Padre o sometida por él mismo a an- dar así errante y dominadora a la par. Delegada y rebelde, re- volucionaria, cumple sus fases exactamente, es todo lo que obtuvo del sol, al querer una órbita propia y diversa, la obe- diencia rendida se muestra a las claras en ser su espejo. Generosa, excesiva, se deshace, se diría, reflejando la luz y dándola, ávida de dar y de ser acogida, ávida de amar y todavía más, parece, de ser amada."

                                                   Fotografía: Aday Cacerez
"Mas la luna, ella, no tiene fuego, atrae, en su avidez incontenible de ser amada, a costa del ser que la mira y que de ella se queda prendido, llevándolo hacia sí, hacia el mar acuoso que su luz crea; una luz como de galaxia que quizás es lo que ella dejó de ser, desprendiéndose de alguna galaxia de la que guarda nostalgia -Galatea ella según el mito, uno de esos mitos infalibles de la poesía griega-. ¿Y quién en la luna se mira? ¿Quién la ama hasta dejarse en ella su ser?"

    Texto de "Claros del bosque"

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