Viento

Foto de Pepa

Viene del viento
hilvanando palabras
huérfanas,
aleteando
la inspiración del día.

Viene en  bandadas
y ascendiendo
el presagio  de la tarde plena,
llevándose el silencio.

Viene la lluvia  a ráfagas
y el cielo limpio
deja en  el suelo su reflejo,
 y es aquí donde resbala la luz
al pie del puente.

Antonio Machado. Proverbio XXVII

" Dónde está la utilidad
de nuestras utilidades?
Volvamos a la verdad:
vanidad de vanidades"

       Antonio  Machado


Bondad

Deja en penumbra la tormenta
que con azogue aniquila
los vestigios  de un nuevo mundo,
que con lucha por presentarse
ante el corazón, convencido
de su débil luz,
responde con reflejos
ausentes de bondad.

Deja entonces la utilidad
de las palabras.
Palabras aladas,
aisladas voces
estentóreas devotas
del pensamiento.
Deja entonces la bondad
inclinar el corazón.




La Sociedad del Cansancio

HAIKU

Sutil sonido

el vuelo del pájaro

mueve la rama
Foto de Pepa

Oliver Sacks.Diario de Oaxaca


Lectura de este entrañable diario 

Un pequeño extracto del libro que voy leyendo

"El mismo amable compañero de viaje, al observar que he arrancado las últimas páginas e incluso la portadilla de un libro para escribir en ellas, y que ahora estoy preocupado por la falta de papel, me ofrece dos hojas amarillas de un bloc (he cometido la estupidez de guardar mi bloc de hojas amarillas y un cuaderno de notas en el equipaje principal). El hombre se da cuenta de que he aceptado la empanada que me ofrecían cuando es evidente que no sé de qué clase de comida se trata, como es también evidente que no me gusta, así que vuelve a prestarme su guía, sugiriéndome que examine el glosario bilingüe de alimentos mexicanos que contiene. Por ejemplo, debo tener cuidado y distinguir entre «atún» y «tuna». Esta última palabra es idéntica a la inglesa que significa atún, pero en realidad se refiere a una clase de higo chumbo. Con lo que podrían servirme fruta cuando lo que deseo es pescado. La guía contiene una sección sobre plantas, y me intereso por la «mala mujer», un árbol de aspecto peligroso con unos pelos punzantes que parecen de ortiga. Mi vecino me dice que, en las salas de baile de los pueblos, los jóvenes arrojan ramas de ese árbol para que todas las chicas se rasquen. Es algo que oscila entre la broma y el delito. «¡Bienvenido a México!», exclama mi compañero cuando aterrizamos, y añade: «Aquí encontrará usted muchas cosas originales y de gran interés.» Cuando el avión se detiene, me da su tarjeta de visita. «Llámeme por teléfono», me dice, «si puedo ayudarle de alguna manera durante su visita a nuestro país.»
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Le doy mi dirección, que apunto en un posavasos, pues no tengo tarjetas de visita. Le prometo que le enviaré uno de mis libros, y cuando veo que su segundo nombre es Todd («mi abuelo era de Edimburgo»), le hablo de la parálisis de Todd, una parálisis transitoria que a veces sigue a un ataque epiléptico, y le prometo incluir una breve biografía del doctor Todd, el fisiólogo escocés que descubrió la enfermedad. Estoy muy conmovido por la amabilidad y cortesía de ese hombre. ¿Es acaso una característica latinoamericana? ¿Es algo personal? ¿O simplemente se trata del breve encuentro que tiene lugar en trenes y aviones?
Disponemos de tres horas de asueto en el aeropuerto de la Ciudad de México, mucho tiempo antes de enlazar con el vuelo a Oaxaca. Cuando voy a almorzar con dos miembros del grupo (apenas los conozco aún, pero nos conoceremos muy bien dentro de pocos días), uno de ellos mira el pequeño cuaderno de notas que tengo en la mano. «Sí», le digo, «llevo un diario.» «Pues tendrá mucho material», replica. «Somos un grupo de tipos más raros que un perro verde.» Me digo que no, que somos un grupo espléndido, entusiasta, inocente, en absoluto competitivo, unido en nuestra pasión por los helechos. Somos aficionados (amateurs, es decir, amantes en el mejor sentido de la palabra), aunque algunos tienen un conocimiento más que profesional, una erudición enorme. Entonces me
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pregunta por mis intereses especiales y mi conocimiento en el campo de los helechos. «Yo no..., sólo voy a pasearme con vosotros.» En el aeropuerto nos recibe un hombre corpulento, con camisa a cuadros, sombrero de paja y tirantes, recién llegado de Atlanta. Hace las presentaciones de él, David Emory, y de su esposa, Sally. Me dice que en 1952, en Oberlin, fue a la universidad con nuestro amigo común John Mickel, el organizador de este viaje. En aquel entonces John aún no se había graduado, y David, que era un estudiante de posgrado, fue una de las personas que lo orientó hacia el campo de los helechos. Me dice que le hace mucha ilusión reunirse con John en Oaxaca. Sólo se han visto dos o tres veces desde que fueron condiscípulos, hace casi cincuenta años. Cada uno de esos encuentros se ha debido a expediciones botánicas, y la vieja amistad, el entusiasmo de antaño, ha vuelto al instante. Cuando se reúnen, el tiempo y el espacio quedan anulados. Convergen desde zonas horarias y lugares distintos, pero los une el amor y la pasión que sienten por los helechos. Tengo que confesar que mis preferencias se decantan no tanto hacia los helechos como hacia las plantas emparentadas con ellos: los licopodios (Lycopodium), las colas de caballo (Equisetum) y las criptógamas Selaginella y Psilotum. David me asegura que también encontraremos esas plantas en gran cantidad: en el último viaje a Oaxaca, que tuvo lugar en 1990, descubrieron una nueva especie de licopodio, y existen muchas especies de Selaginella. Una de ellas, la doradi
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lla o «helecho de la resurrección», puede verse en el mercado, en forma de roseta aplanada, de color verde apagado y que parece muerta pero adquiere una vita- lidad sorprendente en cuanto llueve. Y David añade que en Oaxaca hay tres clases de equisetos, entre los que figura el más grande del mundo. «Pero el Psilotum», le digo con ansiedad. «¿Qué me dice del Psilotum?» Y me responde que también hay Psilotum, y no una sola, sino dos es- pecies.
En mi infancia me encantaban esas plantas primitivas como las colas de caballo y los equisetos, antecesoras de las que proceden todas las plantas superiores.1 En el exterior del Museo de Historia Natu
1. O eso era lo que se decía cuando era niño. En la actualidad, y basándose no sólo en la morfología o la secuencia de las plantas antiguas en el registro de los fósiles, sino también en la secuencia del ADN, los investigadores son contrarios a un linaje tan simple, y señalan que los licopodios, los helechos "


MAR DEL PARAISO, VICENTE ALEIXANDRE

Mar del Paraíso


"Heme aquí frente a ti, mar, todavía…
Con el polvo de la tierra en mis hombros,
impregnado todavía del efímero deseo apagado del hombre,

heme aquí, luz eterna,
vasto mar sin cansancio,
última expresión de un amor que no acaba,
rosa del mundo ardiente.
Eras tú, cuando niño,
la sandalia fresquísima para mi pie desnudo.
Un albo crecimiento de espumas por mi pierna
me engañara en aquella remota infancia de delicias.
Foto de Pepa

Un sol, una promesa
de dicha, una felicidad humana, una cándida correlación de luz
con mis ojos nativos, de ti, mar, de ti, cielo,
imperaba generosa sobre mi frente deslumbrada
y extendía sobre mis ojos su inmaterial palma alcanzable,
abanico de amor o resplandor continuo
que imitaba unos labios para mi piel sin nubes.
Lejos el rumor pedregoso de los caminos oscuros
donde hombres ignoraban tu fulgor aún virgíneo.
Niño grácil, para mí la sombra de la nube en la playa
no era el torvo presentimiento de mi vida en su polvo,
no era el contorno bien preciso donde la sangre un día
acabaría coagulada, sin destello y sin numen.
Más bien, con mi dedo pequeño, mientras la nube detenía su paso,
yo tracé sobre la fina arena dorada su perfil estremecido,
y apliqué mi mejilla sobre su tierna luz transitoria,
mientras mis labios decían los primeros nombres amorosos:
cielo, arena, mar…
El lejano crujir de los aceros, el eco al fondo de los bosques partidos por los hombres,
era allí para mí un monte oscuro, pero también hermoso.
Y mis oídos confundían el contacto heridor del labio crudo
del hacha en las encinas
con un beso implacable, cierto de amor, en ramas.
La presencia de peces por las orillas, su plata núbil,
el oro no manchado por los dedos de nadie,
la resbalosa escama de la luz, era un brillo en los míos.
No apresé nunca esa forma huidiza de un pez en su hermosura,
la esplendente libertad de los seres,
ni amenacé una vida, porque amé mucho: amaba
sin conocer el amor; sólo vivía…
Las barcas que a lo lejos
confundían sus velas con las crujientes alas
de las gaviotas 0 dejaban espuma como suspiros leves,
hallaban en mi pecho confiado un envío,
un grito, un nombre de amor, un deseo para mis labios húmedos,
y si las vi pasar, mis manos menudas se alzaron
y gimieron de dicha a su secreta presencia,
ante el azul telón que mis ojos adivinaron,
viaje hacia un mundo prometido, entrevisto,
al que mi destino me convocaba con muy dulce certeza.
Por mis labios de niño cantó la tierra; el mar
cantaba dulcemente azotado por mis manos inocentes.
La luz, tenuemente mordida por mis dientes blanquísimos,
cantó; cantó la sangre de la aurora en mi lengua.
Tiernamente en mi boca, la luz del mundo me iluminaba por dentro.
Toda la asunción de la vida embriagó mis sentidos.
Y los rumorosos bosques me desearon entre sus verdes frondas,
porque la luz rosada era en mi cuerpo dicha.
Por eso hoy, mar,
con el polvo de la tierra en mis hombros,
impregnado todavía del efímero deseo apagado del hombre,
heme aquí, luz eterna,
vasto mar sin cansancio,
rosa del mundo ardiente.
Heme aquí frente a ti, mar, todavía…"
                                                                De: “Sombra del paraíso”

Pequeños Paraisos. Mario Satz






Meterse en el jardín

La primera vez que entendí la presencia simbólica de los jardines fue leyendo Las afinidades electivas, de Goethe. Se me escapaba su significado y el hecho de que fuera el protagonista masculino quien se ocupara del jardín de la mansión donde vivía con su mujer. Con el tiempo descubrí que se habían escrito profundos artículos sobre el papel del jardín en la novela. En ella, la naturaleza era el territorio del orden espiritual. Tal vez por ello encuentro en el nuevo libro de Mario Satz (Coronel Pringles, Buenos Aires, 1944), Pequeños paraísos, algunas respuestas y agradecidas enseñanzas sobre el papel de los jardines en el imaginario universal. Los jardines son espacios físicos acotados con ambición de totalidad.









Mario Satz, novelista y autor también de libros señeros en el campo de la cábala y la historia de las religiones, nos conduce por la historia de los jardines en tanto espacios físicos y metafóricos. Recorre el jardín chino, el japonés, el persa, el hindú, la memoria de los jardines colgantes de Babilonia. Se demora luego el autor en las partes del todo espiritual que es un jardín: las rosas, los matices del verde, el rumor del agua que los alimenta, el ruido de las cigarras… Pequeños paraísos es una guía espiritual. Este es uno los mayores méritos de este pequeño tratado. Una introducción al ideal de ese locus amoenus que todas las civilizaciones imaginaron. La zona de confort de las almas en busca de su paz, la meditación o la plegaria."

Pablo Garcia Baena, Pinar de la piedra



Foto de Pepa


Pinar de la piedra

"Hay una débil música enredada en mis dedos
como indolentes, verdes algas dormidas,
cuando Mayo desnuda de negros pabellones
mi errante pensamiento.
Hay un tejido espeso como aroma de mieles y de trigo,
que envuelve adormeciendo roca y nube.
Es temprano en la tarde.
El arroyo abandona su flauta entre la hierba.
Me inclino reverente para beber y el agua
pone en mis cerrados párpados su húmeda caricia.
Sobre la tierra extiendo mi pereza
y Mayo me despoja de la corteza gris y extraña de mi traje
ciñéndome triunfal con la guirnalda azul de sus ramajes lánguidos
y en el silencio olvido el remolino inquieto de mi alma.
Ahora soy complacido todo tierra,
sólo un montón de tierra donde crecen florecillas salvajes
como desnudas piernas deseadas
y hay un himno en mis labios,
un himno que levanta su corola
como la púrpura de la diana en un alba con lluvia.
Por el pinar en sombra se difunden sonrisas de armonía
cuando la tarde estruja jacintos olorosos
en el cáliz temblante de los árboles.
La montaña se aleja en éxtasis de humo...
Yo espero confiado que tu inicial escrita en la piedra callada
vuelva a hablarme en la noche con tu voz,
con la voz del agua en el venero,
de ese agua que rompe su líquido alabastro
en el silencio verde de las hierbas."

 

de "Mientras cantan los pájaros"

 

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