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Dos elementos muy presentes en los trabajos de Hopper, en su poética pictórica, llaman a reflexión al poeta y le mueven a traducirlos en palabras: la luz y la distancia. La luz, la luminosidad de las formas que brota del interior de éstas, que se refleja para nosotros, para nuestros ojos de veedores incorregibles y curiosos. Las figuras de Hopper, en este sentido, son focos de luz, de una luz que no es además fluida, que materializa los objetos, los espacios y las figuras, que no los desmaterializa bajo ninguna circunstancia. Y la distancia. Los escenarios de Hopper y quienes los habitan están sin estar, se encuentran siempre a considerable distancia del lugar que ocupan. Están ausentes de lo que protagonizan sin querer o sin saber. En las escenas de Hopper todo está sin estar, todo y todos se encuentran perdidos en un profundo misterio irresoluto del que el espectador es testigo asombrado y en busca de posibilidades, de porqués sin respuesta.
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