YOSANO AKIKO (1878-1942)
Viniste al fin
Viniste al fin, y por eso
dejé ir a las libélulas
que conservaba cautivas
entre mis cinco dedos
este atardecer de otoño
De los innumerables escalones
De los innumerables escalones
que conducen a mi corazón
él subió tan sólo
quizás dos o tres.
Una noche
En cada cuarto,
en cada jarrón,
enciende una brillante luz;
arregla amapolas y rosas.
Esto no es consolar
sino castigar;
porque aquí, una mujer
—olvidada de alabar
y de responder—,
de pronto deseó llorar
por una nimiedad.
Mis canciones
Porque mis canciones son breves
la gente cree que atesoré palabras.
Nada he ahorrado en mis canciones.
No hay nada que pueda agregar.
Distinta de un pez, mi alma se desliza sin agallas.
Yo canto sobre un suspiro.
El día que las montañas se mueven
El dia que las montañas se mueven ha llegado.
Aunque lo diga, nadie me cree.
Las montañas, que en otro tiempo fueron activas
entre llamas, sólo duermen un rato.
Mas, aunque lo hayáis olvidado,
creedme, amigos, que todas las mujeres que dormían
ya se despiertan y se mueven.
Pue
do entregarme a ella
puedo entregarme a ella
en sus sueños
murmurándole sus propios poemas
al oído
mientras duerme a mi lado
¿será porque siempre anhelas, corazón,
que siempre enciendo una lámpara
en el naranja del ocaso?
dulce y triste
como un amor sobrecogido
por largos suspiros
de lo profundo de un sauce
poco a poco
va saliendo la luna
la tierra parece
una magnífica
flor de loto
cuando el sol se alza
sobre el paisaje nevado."
Traducción A. Girri
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