[...]
XVII
"Tus ojos son las fuentes donde beben los tigres,
que cuando tienen sed no respetan selvas;
y arrancan, mientras rugen, esas flores sencillas
que entre el romero mueven su poderoso olor.
A tus ojos se vuelcan las entrañas del monte,
y por nacer ellas, ¡ oh líquido delgado!,
consienten que las lengua vellosas de las fieras,
lamiéndolos con furia, sequen ríos de ojos.
Tanto como el romero florido, cuyo aceite
persistirá en la piel de los fieros sedientos,
huelen cortas raíces y esbeltos anticipos
de las flores oscuras del secreto deseo...
La luna se deshoja como un ave en tu agua.
A los tigres con celo esa luz los persigue
como loco fantasma de una caza suprema
que en el río, tus ojos, es posible alcanzar.
Tengo frío ante ti. Porque fuentes tan frías
no se encienden sin ángel que su calor otorgue.
Y ese ángel que a ti, a tus charcas bajara,
no lo oigo cantar ni lo siento fluir.
¡Ah tigres con sed! Déjalos que nos beban,
y cuando ya mi boca reseca se deshaga,
suéltalos sobre mí, no detengas su ataque:
para tus fieras tengo una cierva en mi cuerpo!
No te conocerán. Sabrán tan sólo
que tientas con tu voz, con tu sonrisa,
y que caes, y que caes...: te derramas
del aire de tu olor. Que eres pecado.
Abrirán sus ventanas la noche,
creyendo que eres tú lo que es oscuro;
y una sombra en la selva, temblarán
de que seas, que no seas ¡Oh , si fueras!
Tu contacto, soñando que llegaras,
pensarán que es de fuego, que es de nieve...
Y tus labios, tu paso, tu gemido,
sentirán, al soñar, como despiertos.
¡Qué delicia de ti, que no conocen
ni siquiera los mismos que te inventan!
Solamente mi amor, que no te busca,
te tomó, rechazando tu presencia.
Un furioso aletazo de huracanes
cayendo sobre mí.
Ardiente fuego espeso derramante
caía sobre mí.
Yo no lo busqué, venía
de entre la densa tierra impura.
Entonces lo miré , y era
un pedazo de cielo desgarrado.
¿Qué mujer podría resistirle
sin antes doblegarse con su peso?
¡Cayendo sobre mí,
hincándose en mi cuerpo yo veía
su punto vulnerable:
era yo siempre!
Cuando se escucha con los ojos cerrados
sin pensar en nada, entregándose,
llegan murmullos tenues al oido,
temblores diminutos del misterio...
Hablan para nosostros los ausentes
que no veremos nunca,
y un mar confuso comienza a iluminarse
por medio de palabras,
apenas pronunciadas suavemente
y que cuesta coger, si no se cierran
con energía los ojos.
La dulce marea crece, sobrenada
los limites del mundo que nos cerca.
Hay secretos que tienen ya su cifra
limpiamente clara;
nombres que se aferran a su imagen
y un ardiente temblor de lumbre mística.
Ya no suenan las aves,
ya no bullen los ríos;
altos insectos pican en las ramas
de una vegetación invisible"
Klimt
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